Llegué a ver unos cuantos episodios de las series de Cómo Entrenar a tu Dragón. Son divertidas, pero no dejan de sentirse como una serie, contenidas, sin mucho impacto en el resto de la mitología. La tercera y última entrega de la trilogía se siente exactamente así, casi anecdótica pero entretenida. La diferencia solamente está en la animación de primer nivel y el hecho de que Chimuelo, uno de los personajes de fantasía más entrañables de la última década, ahora tiene pareja. Es adorable y simpático, aunque no hace a la película, cuya trama gira alrededor del mito de un Mundo Oculto de Dragones que Hipo y compañía deciden buscar cuando aceptan que vivir en Berk se ha vuelto imposible debido a las constantes amenazas del resto del mundo.

En esta ocasión, la amenaza toma forma de otro vikingo de nombre Grimmel, que luce particularmente parecido a Gary Busey, y cuyo objetivo es eliminar a todos los dragones del tipo Furia Nocturna que existen, sin mayor trasfondo que el sadismo que descubrió en sí mismo cuando mató al primero a corta edad. Es un villano del tipo C, sin ninguna motivación ulterior, con una personalidad plana y una presencia ordinaria que no deja ninguna marca memorable, como villano de la semana en una serie de televisión. Lo que resulta interesante en esta última odisea es que Hipo descubre que tiene que dejar ir a Chimuelo una vez que este descubre su propio rumbo y la posibilidad de continuar con una vida propia. Es la historia del padre que debe dejar ir a su hijo porque este ya es grande.

La primera película tuvo una gran fuerza emocional, no solamente porque retrataba la amistad entre un niño humano y un dragón, sino porque en cierto modo el antagonista de la historia era el padre de Hipo, además de las generaciones de vikingos cazadores de dragones que estaban equivocados. De entrada, el riesgo era inmenso y todo recaía en este niño y su incomprendido dragón, que solamente formaba parte de una horda de dragones esclavos obligados a alimentar a uno mayor por instinto. Hay demasiada diferencia con este guion, donde el riesgo se siente menor a pesar de la enormidad del asunto y su impacto en el héroe protagonista, que ya está en edad adulta y debe enfrentar decisiones más delicadas. Hay momentos inspirados como una secuencia extendida donde solamente se ve a Chimuelo y a la Furia Luminosa -que nunca recibe un nombre propio- y es innegable que la película tendría que haber sido más sobre eso. Sin embargo, la trama retoma su rumbo genérico de aventura semanal.

También hay algo de retcon que no se siente orgánico. En unos flashbacks muestran a Estoico y a un pequeño Hipo hablando sobre la vida vikinga, pero la visión del padre con respecto a los dragones dista mucho de su personalidad en la primera película y todo el trasfondo implícito en esa primera gran odisea. No tiene un efecto negativo en esta entrega en particular, pero sí se siente una falta de cohesión con toda la mitología construida hasta ahora, ya que la actitud del padre de Hipo siempre fue un factor importante en su miedo a los dragones. Estas falencias no le quitan lo divertido a la película, que tiene buen ritmo y un humor infantil coherente que adorna la trama con moderación, pero sí le quitan la oportunidad de sellar la trilogía con algo épico, como lo tenía merecido.

FUENTE: CINEFILOZ.COM

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